El tema me parece muy interesante y ha sido objeto de reflexión por mi parte, por lo que no tengo inconveniente en compartir algunas de estas cuestiones con vosotros.
Ya se ha deslizado alguna vez en el blog que, si bien soy lo que pone en el título en cuanto a formación, he desempeñado varias profesiones en mi vida y, precisamente la que me ocupa ahora es la de profesor de economía (en fin, uno siempre fue raro). Es por ello que me voy a poner un poco académico y voy a largar algo de la materia referida.
La economía trata de satisfacer necesidades humanas, como es el caso de la alimentación. Para ello se requieren bienes y servicios, como son los distintos productos alimenticios. Ahora bien, no todos los bienes se comportan igual en distintas situaciones, lo que sirve a los académicos para clasificarlos.
En este sentido, y relacionándolo con esa crisis tan debatida en cualquier foro que se precie, podemos estudiar cómo se comportan los bienes en relación con la renta de las personas.
Una de las consecuencias más directas para casi cualquier hijo de vecino de esta crisis es que la renta familiar ha disminuido. Es más, como no está la cosa clara sobre lo que pueda pasar mañana, las familias se están dedicando con esa renta más pequeña a pagar aceleradamente las deudas o a constituir un cierto ahorro, lo que merma aún más la fracción destinada al consumo, que es la que va a ir a comprar los alimentos.
Así que nos encontramos a la hora de hacer la compra con menos dinero en el bolsillo ante un pasillo del súper. La reacción normal, que está siendo detectada además en esta crisis, es consumir ciertos productos que, cuando tenemos el bolsillo repleto, no son objeto de nuestra atención: es el caso de los bienes inferiores. Este tipo de bienes se caracteriza porque su consumo aumenta cuando la renta baja y su consumo decae cuando la gente vuelve a tener alegría en el gasto.
Ahora bien, dentro de nuestra forma de comer, no tenemos que identificar bien inferior (en el sentido económico) con peor alimento. En algunos casos sí va a ser así: por ejemplo, cuando abusamos de las pastas alimenticias alegradas con un poco de salsa de tomate. En otros casos, el bien inferior puede tener virtudes de las que adolecen los que se consideran normales: sería el caso de los huevos como sustitutivos de menor precio de las carnes y los pescados; en este caso, si bien es evidente que el recurso caro (carne y pescado) ofrece posibilidades gastronómicas más interesantes que las de los huevos, no es menos cierto que, desde nuestro punto de vista, nutricionalmente son éstos superiores a los filetes.
Cuando España era menos rica, consumíamos cinco veces más huevos que nuestros países vecinos (por supuesto, teníamos el colesterol mucho más bajo que ellos). Cuando empezamos a tener más dinerito, fuimos apartando los huevos de nuestra dieta para dar entrada a alimentos más apetecibles, como carnes y pescados, lo que es lógico. Parece que ahora toca, en parte, volver a aprender de nuestras antiguas costumbres y resolver comidas y cenas con menos dinero.
Si eso ha de traducirse en dar entrada a más legumbre, a huevos, a sopas y guisos de cuchara, bienvenida sea. Si, por contra, el bien que nos permita cuadrar las cuentas va a ser la pasta, la pizza o cualquier forma de harina de cereal más o menos disimulada, malo.
En fin, aquí queda y espero vuestras opiniones. Un saludo, DB.
La economía trata de satisfacer necesidades humanas, como es el caso de la alimentación. Para ello se requieren bienes y servicios, como son los distintos productos alimenticios. Ahora bien, no todos los bienes se comportan igual en distintas situaciones, lo que sirve a los académicos para clasificarlos.
En este sentido, y relacionándolo con esa crisis tan debatida en cualquier foro que se precie, podemos estudiar cómo se comportan los bienes en relación con la renta de las personas.
Una de las consecuencias más directas para casi cualquier hijo de vecino de esta crisis es que la renta familiar ha disminuido. Es más, como no está la cosa clara sobre lo que pueda pasar mañana, las familias se están dedicando con esa renta más pequeña a pagar aceleradamente las deudas o a constituir un cierto ahorro, lo que merma aún más la fracción destinada al consumo, que es la que va a ir a comprar los alimentos.
Así que nos encontramos a la hora de hacer la compra con menos dinero en el bolsillo ante un pasillo del súper. La reacción normal, que está siendo detectada además en esta crisis, es consumir ciertos productos que, cuando tenemos el bolsillo repleto, no son objeto de nuestra atención: es el caso de los bienes inferiores. Este tipo de bienes se caracteriza porque su consumo aumenta cuando la renta baja y su consumo decae cuando la gente vuelve a tener alegría en el gasto.
Ahora bien, dentro de nuestra forma de comer, no tenemos que identificar bien inferior (en el sentido económico) con peor alimento. En algunos casos sí va a ser así: por ejemplo, cuando abusamos de las pastas alimenticias alegradas con un poco de salsa de tomate. En otros casos, el bien inferior puede tener virtudes de las que adolecen los que se consideran normales: sería el caso de los huevos como sustitutivos de menor precio de las carnes y los pescados; en este caso, si bien es evidente que el recurso caro (carne y pescado) ofrece posibilidades gastronómicas más interesantes que las de los huevos, no es menos cierto que, desde nuestro punto de vista, nutricionalmente son éstos superiores a los filetes.
Cuando España era menos rica, consumíamos cinco veces más huevos que nuestros países vecinos (por supuesto, teníamos el colesterol mucho más bajo que ellos). Cuando empezamos a tener más dinerito, fuimos apartando los huevos de nuestra dieta para dar entrada a alimentos más apetecibles, como carnes y pescados, lo que es lógico. Parece que ahora toca, en parte, volver a aprender de nuestras antiguas costumbres y resolver comidas y cenas con menos dinero.
Si eso ha de traducirse en dar entrada a más legumbre, a huevos, a sopas y guisos de cuchara, bienvenida sea. Si, por contra, el bien que nos permita cuadrar las cuentas va a ser la pasta, la pizza o cualquier forma de harina de cereal más o menos disimulada, malo.
En fin, aquí queda y espero vuestras opiniones. Un saludo, DB.