miércoles, 21 de marzo de 2012

Vamos con la síntesis (y no de moléculas extrañas)

Bueno, la cosa se anima.

Quiero primero agradecer a Jesús y a GranKan sus aportaciones que, independientemente del sentido que tengan, creo que todos podemos ver que son respetuosas con las posiciones (¿distintas?) del otro. Es cierto que lo reducido del formato de comentario y el hecho de que aparezcan negro sobre blanco les da un aire de inmovilismo y de contundencia que pudiera confundirse con actitudes menos elegantes, pero que, creo, los que las leemos entendemos bien.

Hecha esta introducción, quisiera intervenir en dos sentidos, que tal vez se acaben confundiendo: por un lado como moderador de este blog; por otro, como "opinador" en el mismo.

Y para no pararme en las ramas, o yo estoy muy equivocado, o creo que la distancia que nos separa a los tres es bastante escasa. Podemos estar de acuerdo en lo siguiente:

  1. La obesidad es una enfermedad multifactorial.
  2. Entre los factores que podemos identificar se encuentran la comida-basura, la genética, la presencia de contaminantes (con efectos hormonales, entre otros), ciertos fármacos, hábitos poco saludables de las sociedades más desarrolladas (sedentarismo, estrés crónico, abuso de excitantes, de tabaco, de alcohol), etc.
  3. Nos resulta difícil asignar un porcentaje preciso a cada uno de los factores anteriores.
  4. Creemos que el diálogo y la puesta en común nos va a hacer reflexionar, y por tanto, aprender más a todos.
  5. La inteligencia compartida ha venido para quedarse y nosotros vamos a contribuir, en la medida de nuestras capacidades o la suma de ellas, a que se quede.

Así las cosas, creo que lo mejor es que asuma el papel de "maestro de niños pequeños" y ponga tarea a todos los lectores del blog (y a mí mismo). Vamos a tratar en los siguientes posts cada uno de esos factores. A buscar por esas redes de Dios, a reflexionar y a relacionar lo que dice uno con lo que dice el otro: todo vale.

Y para no quedarme quieto, anuncio ya el título del siguiente post, que para mí constituye una declaración (otra más) de intenciones y que dará pistas al lector avezado de por dónde voy a ir:

¡VIVA LA ESTADÍSTICA!

martes, 13 de marzo de 2012

¿Conseguiremos dar con la clave?

Para los que hayan leído los interesantes comentarios de Jesús a la entrada anterior, decirles que aquí viene la respuesta. Para los que no, rogarles que abandonen ahora mismo la lectura de este post y lean los textos que Jesús ha mandado.

Así que, Jesús, ahora te hablo a ti:

Por lo que afirmas de los Kitavas y los boniatos, precisamente estos tubérculos tienen un (paradójico) bajo índice glucémico, pese a que el hecho de se una patata y encima dulce nos invite a pensar lo contrario.

De lo que dices que las dietas de bajo índice glucémico han sido rebatidas científicamente, no estoy de acuerdo: probablemente, en esto también, haya artículos en todos los sentidos.

Ahora bien, el núcleo de tu discurso está (y en esto coincido contigo) en que hay algo que se nos escapa y que ese algo puede guardar estrecha relación con el creciente procesamiento industrial del alimento. ¡Pero si esa es una de las bases sobre las que se asienta la hipótesis glucémico-insulinémica!

En efecto, más allá que el perfil insulinémico que pueda tener un producto como la miel, la mayor parte de los productos "peligrosos" para este planteamiento se dan, precisamente, en aquellos que han sufrido una más intensa transformación industrial.

Y esa transformación, como bien dices, suele ir de la mano de glutamatos e inosinatos como potenciadores del sabor, siropes de fructosa como edulcorante más barato que el azúcar (ya industrial de por sí, y ya sustitutivo del producto natural que es la miel), aceites de semillas como fuente de grasas a bajo precio y soja, igualmente, como suministrador barato de proteína. A todo ello hay que sumarle la eterna tentación de la facilidad, que suele saldarse con una transformación de la estructura del alimento: zumos ya dispuestos -o preparados sustitutivos del zumo- en lugar de la pieza de fruta, purés y otras elaboraciones de la patata en lugar del tubérculo, etc.

En definitiva, tenemos un producto, que, bajo diversas apariencias, viene muy bien para alimentar a "las masas": glúcidos, lípidos y proteínas baratos, aderezados con potenciadores del sabor ad hoc: un cóctel explosivo. Y todo fácil: fácil de comer, fácil de comprar, fácil de preparar, fácil de digerir.

No es por tanto de extrañar que esas poblaciones, ya por selección económica, ya por selección sociocultural, que se ven abocadas al consumo masivo de este tipo de productos sean las que están padeciendo de una forma extraordinaria el azote de esta plaga.

El joven y rompedor economista indio Raj Patel ha afirmado que "los ricos se enriquecen engordando a los pobres", muy en la línea de estos comentarios que nos estamos cruzando.

Desde un punto de vista económico, me he planteado alguna vez si la acción de estas compañías podría incluirse bajo el epígrafe de “externalidades negativas”. Para los menos versados en Economía, explicar que una externalidad negativa es una consecuencia indeseable que no participantes en un mercado sufren por un mal funcionamiento del mismo. Así, una fábrica de mesas que vierte sus desechos al río está afectando a personas que ni compran ni venden mesas, pero que padecen la polución ocasionada. Más allá del hecho moral, que alguien que no participa en el negocio se vea perjudicado por alguno de sus efectos, la externalidad supone, en la línea que apuntas, una “intoxicación” del mercado que hace que los compradores premien al vicioso en lugar de al virtuoso. En el caso de las mesas, una fábrica que monte los mismos muebles que la anterior, pero que se preocupe por depurar sus residuos en lugar de abandonarlos, experimentará un mayor coste; cuando el comprador llegue al comercio, verá dos mesas iguales, pero a distinto precio:  la contaminante será más barata; la producida escrupulosamente aparecerá, por contra, como más cara. Indefectiblemente, el consumidor comprará la más barata –ya que el producto final es el mismo- y premiará al “malo”.

Con los alimentos puede  pasar algo parecido. Independientemente del efecto que causan en el consumidor, irrogan al sistema sanitario unos gastos elevadísimos. Como el juicio normal va a llevar al consumidor  a elegir el alimento no conveniente, por su palatabilidad fácil o primaria, por su cómoda presentación, su atractivo envase y su competitivo precio, estos alimentos desplazan cada vez más en las cestas de la compra a las lentejas y las cebolletas, tan poco atractivas y que requieren de “tanto” esfuerzo hasta llegar a ser comestibles.

¿Solución que tiene esto? Pues como en otros casos de externalidades negativas, tal vez haya que plantearse un impuesto pigoviano que desincentive el consumo de estos productos y, por tanto, invite al productor a seleccionar carnes en lugar de sojas, azúcar o miel en lugar de siropes y aceite de oliva en lugar de girasol. Ahora bien, ¿habría suficientes recursos de esta calidad a unos precios “razonables”?

Probablemente, mucho gestor, tanto público como privado, se escandalizaría de la propuesta. No comparto contigo el enfoque que parece subyacer a tu exposición de que lo público es desinteresado y beatífico, contra el interés material (y añado yo, cortoplacista) de lo privado. En muchos países, por ejemplo los USA, han sido las autoridades públicas las primeras en llevar a la población por este camino. Pero no solo los estadounidenses cuecen este tipo de habas: no es tan difícil hacer que un político trabaje para una industria, ya que basta con ponerle un sueldo, como mucho; a veces ni eso. Ahí tienes "defensores de lo público" en la OMS y en las administraciones, española entre otras, ejecutando campañas de márketing y comprando con dinero público a precio de oro (de oportunidad perentoria, claro) millones de vacunas de la gripe de la moda.

Bueno, no sé si nos hemos metido en bastantes charcos como para cerrar el post. Quedo a la espera...

domingo, 11 de marzo de 2012

Respuestas pendientes, y II (http://wholehealthsource.blogspot.com)

Bueno, Jesús, no desesperes que todo llega:

En principio, quería agradecerte que nos hayas puesto en conocimiento de una página tan interesante como esa a la que te referías en tu comentario y que inserto en el título de este post.

Si bien últimamente no he tenido mucho tiempo, leí en su día el artículo que me recomendabas y a veces me he asomado a leer alguno más. Como se puede deducir de mis palabras anteriores, la página me gusta, si bien mantengo un cierto espíritu crítico, como con todo, cuando la leo.

Estoy de acuerdo contigo y con Stephan Guyenet, que es el autor del blog, en que la sola hipótesis de los índices glucémicos-insulinémicos no sea del todo exacta a la hora de estudiar el fenómeno de la obesidad.

Desgraciadamente, yo soy de los que piensan que la ciencia no es cosa fácil y que, si bien, cuando se ha alcanzado un cierto nivel de conocimientos en una disciplina, las cosas parece que encajan como por ensalmo, mucho me temo que en este tema estamos bastante lejos de esa visión desde arriba que nos permita gozar con la contemplación del hecho estudiado y comprendido. Por contra, lo que ocurre para una mayoría es que, conscientes tal vez de que la complejidad puede llegar a ser considerable, se embarcan en cualquier hipótesis a condición de que sea facilita, de que les aporte esa sensación de control y de conocimiento que resulta tan gratificante. Esta limitación de muchas personas, unida a la sensación de carencia de una explicación convincente es aprovechada por mucho desaprensivo para colarse como "el-científico-al-que-se-le-entiende-todo" que nos ha de aliviar el paso  por este valle de lágrimas: peligroso.

La verdad es que no pretendía invadir los terrenos de la Epistemología, aunque no rehúso el tema; simplemente animo a las personas más versadas que yo en la materia a que hagan sus aportaciones, que nos enriquecerán a todos.

Así, en busca de ese conocimiento aparentemente fácil, es como hay que entender el éxito de hipótesis como la de las calorías, de la que su mayor virtud es que sólo requiere el empleo de la suma y la resta y, casi todo el mundo se cree capaz de sumar y restar con corrección...

No quisiera yo, por ello, sacralizar una hipótesis, en mi caso la de reacción insulínica al alimento, para dotarme de y ofrecer un referente inamovible, sencillo, infalible y definitivo: no haría más que reproducir el esquema que critico, como algunos movimientos que se declaran enemigos de las religiones y que no son sino otra religión análoga (con un patrón calcado) a las que supuestamente denigran.

Bueno, parece que además de irrumpir en la Epistemología, voy a profanar otras áreas de la Filosofía: cuando vea a mis colegas filósofos correré a pedirles disculpas.

Y tras tanta disquisición, os cuento mis sensaciones cuando leo el blog cuya crítica se me solicitaba. Ya digo que estoy de acuerdo con que la reacción insulínica no sea TODO; ahora bien, la negación de que sea todo no quiere decir que sea la NADA (bueno, le toca el turno ahora a la Lógica de predicados de primer orden, con cuantificadores existenciales y universales, claro). Estoy de acuerdo en que debe haber algo más. Ahora bien, y aquí desenvaino la toledana -o la albaceteña-, no puedo estar de acuerdo con que todo esto sea no más que el resultado, más o menos disimulado, de la suma-resta de calorías célebre, y me explico.

En varias de las entradas de Stephan, podemos vislumbrar entre líneas que el razonamiento que subyace a su pensamiento es que los que toman más calorías están más gorditos, por el hecho de que comen más. Evidentemente, para evitar caer en una de tantas calculadoras de calorías como hay por ahí, disfraza la cosa con argumentos más o menos científicos o cientifistas: en las entradas que me recomendaste, aludía para eso a la Primera Ley de la Termodinámica. La verdad es que me parece un poco pretencioso, habida cuenta de que lo que persigue es colarnos un balance entre cantidad de energía ingerida y cantidad de energía consumida.

Igualmente, parece que su discurso está permeado de cuestiones sobre palatabilidad y saciedad; yo creo que la saciedad es importante, pero, en este caso, el hilo va de que de aquello que nos gusta -alta palatabilidad- nos damos un festín, por lo tanto tomamos más calorías y estamos más gordos.

Por otra parte, algunos de los experimentos y citas que ofrece me parecen interesantes (como el de la ceremonia del engorde en ciertas tribus africanas), si bien en otros me parece que es difícil establecer una relación causal con la fisiología normal de la nutrición (perfusión de insulina para emular los efectos de una hiperinsulinemia, etc).

En definitiva, lo voy a seguir leyendo con interés, si bien creo que "se le ve un poco el plumero" con el tema de la suma y resta de calorías, eso sí, bien camuflado entre términos científicos que, a veces, habría que discutir con más tranquilidad.

Como veis, disto mucho de cerrar el asunto, así que espero vuestras puntualizaciones, a la vez que os animo a visitar la página de referencia, que considero muy interesante. Saludos.